Intrincamientos un téxto de Iñaki Ábalos
Alejandro Carro se distingue de otros arquitectos que han coqueteado a lo largo de su trayectoria con la pintura en que desde el inicio de los tiempos él ha sido un artista que coquetea con la arquitectura, y ese matiz está presente en todo lo que hace. Por ejemplo, en su colección de lápices, carboncillos y lápices Conté mientras era un estudiante en la ETSAM, hace ya algunos años. Muchos de nosotros aprendimos con él a distinguir entre lo que distintas marcas francesas, alemanas o italianas pueden darnos oyéndole describir el trazo, lo sedoso o afilado, la homogeneidad o la textura del color, si empastaba o no los planos…hablando siempre como si los demás entendiésemos ese mundo, sin acabar las frases, sólo insinuándolos, como se habla entre cómplices, y aún así con un lenguaje de imágenes precisas, como lo hace un experto enólogo con los vinos mientras los paladea...
Alejandro ha mantenido desde entonces viva una intensa relación con el color, el trazo, la línea, la superficie, la levedad o espesor de la superficie, la proximidad o la profundidad de las líneas y los planos, y desde luego con los instrumentos que le permiten desarrollar su mundo fantástico, un mundo que solo ocasionalmente al principio y luego de forma más continuada ha pasado a plasmarse con óleo o gouache –y casi nunca sin presencia de la línea sino mas bien estableciendo una lucha o una conversación entre medios que se desarrolla por capas y capas.
Las capas son esa otra característica que permanece de forma recurrente en su trabajo: se diría que todo lo que entra en su universo creativo lo hace como construyendo necesariamente campos de batallas dialécticas: lo uno lleva a lo otro, generalmente opuesto, que a su vez remite a un tercer elemento en juego que tras reposar algún tiempo vuelve al ataque intentando capitalizar la lucha, pero pronto un nuevo elemento insospechado irrumpe y crea nuevas reglas de juego que sustituyen o recomponen las pre-existentes…y así sucesivamente, hasta que solo él -si alguien- sabe por qué, la batalla se da por concluida. Ahí, en esos terrenos en los que se mueve la cabeza de Alejandro es difícil entrar y casi diría que inútil e innecesario: es su mundo, y se oculta y desvela al mismo tiempo en ese juego de capas, líneas, manchas, veladuras, tachones y técnicas en combate que supone el territorio plástico del cuadro o como queramos llamar a la cosa o ente que nos deja ahí, delante nuestro, como diciéndonos “haz lo que quieras conmigo, yo soy autosuficiente, me he curtido en mil batallas neuronales de las que soy incapaz de reconstruir cualquier hipotética genealogía, entra hasta donde desees, puedas o quieras, me vale una mirada distraída o un sesudo análisis del proceso, tanto da, porque sé que de una u otra forma quedarás atrapado y de eso se trata, incapaz de dilucidar si es un trabajo sobre la profundidad o la superficie, el orden o el desorden, pasa siempre cuando las cosas se muestran y ocultan a la vez, a eso se le llamó hace tiempo intrincamiento, y aunque algunos jardineros ingleses de finales del XVIII creyeron haber descubierto los placeres del intrincamiento en sus sinusoidales caminos entre bosques abandonados, cualquier visita a la Alhambra nos remite a siglos de sabiduría deteniendo nuestra mirada en un limbo desenfocado como lo hace mirar al mar un día lluvioso, hasta que algo nos devuelve a eso que llamamos realidad y nos damos cuenta de que esos enredos del intrincamiento deben tener algún pacto secreto con nuestras circunvoluciones cerebrales a las que no de forma casual tanto se parecen, si no directamente imitan…”
Y así, un día aparecieron las letras y algunas palabras o proto-palabras aquí y allá, las más de las veces formando estructuras que de nuevo y no por casualidad nos recuerdan a tantas inscripciones en los muros de los templos de distintas fes y que apenas sabemos leer ni nos interesa hacerlo como fonemas y morfemas sino situarlas en la realidad plástica de la filigrana y el garabato, impulsados nosotros a no entrar en ese juego de fondos y figuras intrínsecos al trazo del alfabeto y la palabra ya que sabemos que no es el juego propuesto, y así , desenfocándolas voluntariamente en nuestro retina para alejar en lo posible ese sentido que no es el propio de lo que vemos, poder entrar en un juego laberíntico de orden y desorden pautados, de fugas y de realidades planas o de colores complementarios que hacen aun mas difícil leer si hay fondo y figura, laberinto o composición, sentido o juego formal, agujeros o colores, orden o caos…
No quiero seguir distrayendo al lector con disquisiciones de creyente abducido; hasta aquí queda clara mi admiración rendida al talento plástico del autor y a su inexcrutable y a la vez generosamente comunicativa forma de ser, pensar y hacer, que le distingue del resto de los mortales para suerte nuestra, de nuestros ojos y de nuestra necesidad, nunca plenamente satisfecha, de conocimiento y de belleza.
Alejandro ha mantenido desde entonces viva una intensa relación con el color, el trazo, la línea, la superficie, la levedad o espesor de la superficie, la proximidad o la profundidad de las líneas y los planos, y desde luego con los instrumentos que le permiten desarrollar su mundo fantástico, un mundo que solo ocasionalmente al principio y luego de forma más continuada ha pasado a plasmarse con óleo o gouache –y casi nunca sin presencia de la línea sino mas bien estableciendo una lucha o una conversación entre medios que se desarrolla por capas y capas.
Las capas son esa otra característica que permanece de forma recurrente en su trabajo: se diría que todo lo que entra en su universo creativo lo hace como construyendo necesariamente campos de batallas dialécticas: lo uno lleva a lo otro, generalmente opuesto, que a su vez remite a un tercer elemento en juego que tras reposar algún tiempo vuelve al ataque intentando capitalizar la lucha, pero pronto un nuevo elemento insospechado irrumpe y crea nuevas reglas de juego que sustituyen o recomponen las pre-existentes…y así sucesivamente, hasta que solo él -si alguien- sabe por qué, la batalla se da por concluida. Ahí, en esos terrenos en los que se mueve la cabeza de Alejandro es difícil entrar y casi diría que inútil e innecesario: es su mundo, y se oculta y desvela al mismo tiempo en ese juego de capas, líneas, manchas, veladuras, tachones y técnicas en combate que supone el territorio plástico del cuadro o como queramos llamar a la cosa o ente que nos deja ahí, delante nuestro, como diciéndonos “haz lo que quieras conmigo, yo soy autosuficiente, me he curtido en mil batallas neuronales de las que soy incapaz de reconstruir cualquier hipotética genealogía, entra hasta donde desees, puedas o quieras, me vale una mirada distraída o un sesudo análisis del proceso, tanto da, porque sé que de una u otra forma quedarás atrapado y de eso se trata, incapaz de dilucidar si es un trabajo sobre la profundidad o la superficie, el orden o el desorden, pasa siempre cuando las cosas se muestran y ocultan a la vez, a eso se le llamó hace tiempo intrincamiento, y aunque algunos jardineros ingleses de finales del XVIII creyeron haber descubierto los placeres del intrincamiento en sus sinusoidales caminos entre bosques abandonados, cualquier visita a la Alhambra nos remite a siglos de sabiduría deteniendo nuestra mirada en un limbo desenfocado como lo hace mirar al mar un día lluvioso, hasta que algo nos devuelve a eso que llamamos realidad y nos damos cuenta de que esos enredos del intrincamiento deben tener algún pacto secreto con nuestras circunvoluciones cerebrales a las que no de forma casual tanto se parecen, si no directamente imitan…”
Y así, un día aparecieron las letras y algunas palabras o proto-palabras aquí y allá, las más de las veces formando estructuras que de nuevo y no por casualidad nos recuerdan a tantas inscripciones en los muros de los templos de distintas fes y que apenas sabemos leer ni nos interesa hacerlo como fonemas y morfemas sino situarlas en la realidad plástica de la filigrana y el garabato, impulsados nosotros a no entrar en ese juego de fondos y figuras intrínsecos al trazo del alfabeto y la palabra ya que sabemos que no es el juego propuesto, y así , desenfocándolas voluntariamente en nuestro retina para alejar en lo posible ese sentido que no es el propio de lo que vemos, poder entrar en un juego laberíntico de orden y desorden pautados, de fugas y de realidades planas o de colores complementarios que hacen aun mas difícil leer si hay fondo y figura, laberinto o composición, sentido o juego formal, agujeros o colores, orden o caos…
No quiero seguir distrayendo al lector con disquisiciones de creyente abducido; hasta aquí queda clara mi admiración rendida al talento plástico del autor y a su inexcrutable y a la vez generosamente comunicativa forma de ser, pensar y hacer, que le distingue del resto de los mortales para suerte nuestra, de nuestros ojos y de nuestra necesidad, nunca plenamente satisfecha, de conocimiento y de belleza.